De "Diario de Paris"

Cuando esa noche salimos al jazz y la noche cayó en la lluvia, ríspida, sobre los bares y los jardines, cuando esa noche podías leer el pensamiento de los transeúntes y dejaste el esqueleto del paraguas sostener al templo. Yo veía luces azules. Y cuando esa misma noche, más tarde, los patios de los edificios en Le Marais empezaron a incendiarse, contentos de la lluvia y del oporto, una foto hubiera valido para mostrar la sonrisa de tantos fantasmas en nuestro entorno.

El vuelo a La India te hubiera costado menos, me trajiste un búho que se transforma en una calavera. Según la diosa de la noche, mis ventanas han estado abiertas toda la eternidad. Cuadernos del rey de plumas. Sin embargo la lluvia decaía en el frente, los obuses de una invasión demorada por las decisiones llegaron de improviso, sobre tu frente, en mis manos, en tus senos. El edificio abatido por mi sueño de revivir esa guerra de la que todos han hablado y tus ojos estallan como el vientre de un avión caza sobre el cielo hinchado en humo. Nadie te tocará ciudad de filigrana y cartílagos. Mi sombra, el arquetipo de mi cuerpo, los berridos de mi sueño, el prototipo del combate aéreo. Y que cada mañana me precedas con tus regalos de oriente.

Cuando esa noche salimos por las calles de Coyna, y el pueblo se arremolinaba en la nada, con los sueños de tractos digestivos quelonios, rayos agitados por la marea vieja y lejana, riberas de un tóxico río con miradas impresas como al reverso de la inubicable memoria. Cuando esa noche tus cabellos reflejaban un nuevo camino bajo las zarpas de tres sordas constelaciones, cuando esa noche la guerra había expulsado a un médico europeo y el combate aéreo simulaba un cortejo de estrellas filosas, herméticas. Y entonces como si entraras a tu armario de madera antediluviana entrabas en tu sueño, el que protejo de la calidez de las bombas, del sentido de los puentes, de los ojos de las hormigas. En Coyna, cuando salimos al jazz y los quelonios decaían en tu frente, los fantasmas miraban en el cielo la furia, el fermento de la saliva, los sonidos residuales de la guerra. Sin embargo ninguna lluvia vino a limpiarnos, porque estábamos desnudos, en una manzana con carne de estrella, al centro del río tóxico y de las alas despavoridas. De improviso llegaste de nuevo, y entraste a hacernos compañía. Alter, las ciudades que se esconden en tu cuerpo.

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