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Salto atrás

Asimetría La partición del hombre A veces hemos despertado con las ganas de empezar un cuento, escribir como si fuera la última noche del mundo. Esas veces uno va perdiendo la noción y se encuentra de pronto sumergido en tal oleaje de cosas, de temperamentos y necedad y de savia brillante, que al final de la noche, en el despunte de la madrugada, sólo nos convence del pasado un ave oscura y escondida afuera, la misma que empieza a despertar a mil otras aves odiosas y llenas de rencor y que nos separan de lo escrito. El producto que guardamos en un cajón, el cuento, se abastece de su propia orientación, se cubre de la calamidad imborrable de nuestra memoria en la noche, la impiedad sublime de nuestro organismo; el producto escrito se siente tentado a quemarse en el cajón y sentir el eco de sus llamas mientras se deja llevar por la suave idea, el equívoco somnoliento de que cajón significa también cajón “de muerto”. Así uno, el que ha escrito, se echa de vuelta, coloca sus huesos en los