De "Diario de Paris"

Octubre

abres el café como una rosa de vidrio en plena sala, el edificio tumba sus ventanas sobre tus manos-arcos-de-la-infinitud, un pasadizo como los intestinos vaporosos de un caballo se abre tras la curiosidad de un pájaro picando la pupila. allí está la comunicación: la pertinencia: los árboles del jardin de luxembourg empiezan una patraña, una música manchada de hojas escritas sin cesar por un aficionado al sueño impaciente. tres realidades, la mía, la tuya y la del jardín. abres el café sin beberlo, te hundes en el calor oscuro de tus ojos cerrados y petrificados como signo de la levedad del tiempo en la habitación. afuera hay un tiempo de venas colgando en las farolas: la calle se va cerrando en ella misma, como un laberinto circular de una sola vía. los horarios de partir y aquellos de entregar la ciudad en un dibujo se van confundiendo. para la madrugada no importa si estoy en esta ciudad o si viajo instintivamente al carácter de una fruta de vidrio negro. una fruta de vidrio negro, hecha de secuencias circulares una a una acoplando a la otra, de plumas envejecidas en un rito amazónico, una fruta de vidrio negro habitada por un gusano prototípico, se parece a veces a mi memoria y otras al espejo. abres el café y estoy escribiendo bajo el duro techo de la cafeína en rue chappe.

Deshaces el metro en tus manos. una circulación que se baraja a sí misma para desescamar edificios como la lluvia lo hace, como la mirada lo pretende, se vierte de improviso en pont-neuf. se asciende en la noche a un estado vertiginoso de estatuas de vino. te sientas en un café que domina la calle. letargo mnemónico, lunar, los castillos dispersos en la ciudad empiezan una lenta conversación de viento. deshaces nuevamente el metro pero esta vez estudiándolo con una lupa topográfica. calculas que la distancia está comprometida desde un pacto telepático entre los límites. amas en un sotobosque abierto en brechas por el cristal incandescente como lava o como tu propia sangre llegando por fin a poblarte, a desnudarte. no puedo escribir nada sin pasar dos o tres veces por la misma escalera abotonada por el otoño. sabes que estoy escondiéndome en dos voces de amantes tumbados por el cielo color de cuervo y dices no, estás escondido en la habitación buscando que el chamán aparezca. he pintado la asimilación de las máscaras y los rostros en mi cuaderno, un edificio llevado por una fiebre azul a la marea de mis ojos luce desde todos los ángulos una única ventana amarilla en la que algo alquímico sucede. voy camino a metro abbesses e investigo cuidadosamente la vida de gentes sin nombre y de mascotas que guían a sus dueños.

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